NUNCA MÁS
(la memoria se mantiene con la consatante ejercitación de esta)
Incontenibles ganas de llorar. Un nudo en la garganta y una pena que nos crece adentro y nos hace doler hasta las sienes. La sensación de querer, y no poder, y tratar y no poder, y darse cuenta que realmente no podemos cambiarlo.
El llanto que brotará en cualquier momento, mientras buscamos un hombro amigo, o aunque sea cercano, para apoyar la frente y sollozar como bebes; porque no lo entendemos y nos hubiese encantado hacer algo para evitarlo.
Esa voz amiga que nos pide calma y nos acaricia el pelo y luego la mejilla. Con un suave beso nos conforta y rápidamente sabemos que no estamos solos. Nos piden calma e imploran que todo va a estar bien. No lo saben, pero cómo tranquiliza la voz, el tono, el modo, ellos. El abrazo fraternal y fuerte que protege y resguarda y que nunca quisiéramos que nos suelte.
Y después del llanto, la pena, el consuelo y las esperanzas una sensación de liviandad nos invade. Nos sentimos liberados, como si un peso gigante se hubiese apartado de nosotros. Estamos renovados y podemos continuar, gracias a ellos, continuar.
TRES
Otra vez algo comenzó a moverse detrás de unas ramas. El miedo y la intriga se apoderaron de mí totalmente y de una vez por todas. Las ganas de salir de mi escondite eran enormes pero una fuerza extraña no me permitía moverme, era como si la quietud de la noche anterior se hubiera apoderado de mi. Un fuerte cosquilleo pasó por todo mi cuerpo, similar a la sensación de tener todas las extremidades del cuerpo dormidas, incluyendo por la cabeza. Me sentía extraño y comenzaba a sentir unas nauseas que nunca había tenido.
Con mucho esfuerzo pude ver un árbol al fondo de un camino, mi vista se había nublado de vuelta. Era un ombú viejo y casi muerto que sólo tenía unas pocas hojas. Quería acercarme a él pero me era muy difícil caminar. A tientas y gateando pude acercarme a la enorme planta y, sorprendentemente, tuve la sensación de que el árbol estaba respirando. Acerqué mi mano para comprobar si realmente el Ombú se estaba contrayendo y dilatando constantemente. Con mucho cuidado me levanté y apoyé mi mano sobre el tronco y efectivamente comprobé que mi presentimiento había sido correcto. Para sorpresa mía noté también que el árbol emitía un calor casi humano.
No podía despegar mi mano de la planta, no quería dejar de sentir todo eso que me estaba pasando. El calor que estaba recibiendo parecía eterno, parecía un calor de primavera pero que podía abrigar incluso a la persona más alejada en el rincón mas recóndito del Polo Sur. El árbol también parecía necesitar de mi contacto.
Repentinamente, un aura de un color verde aguado comenzó a crecer alrededor del Ombú. Poco a poco fue tomando mi brazo y el resto de mi cuerpo y me encontré inmerso en una especie de nube que no solo era hermosa, sino que también estimulaba todos mis sentidos.
En mi boca sentí todos los sabores del universo y a pesar de durar solo unos segundos pude reconocerlos a todos e identificar de dónde provenía cada uno y, junto a estos gustos, venían los aromas de todos estos. También pude oler los campos más extensos y todas las fragancias de las flores. En mis manos sentí las telas más suaves y también la piel de mujer más tersa y perfecta para la caricia que yo hubiese necesitado. Vi la mujer más hermosa y al hombre más bello besándose apasionadamente, confundiéndose en la más perfecta expresión de amor, y con solo mirarlos podía yo saber que nunca vería a nada igual. Todo venía acompañado por sinfonías jamás escuchadas y sonidos irreconocibles pero hermosos, todo iba al compás de la música en una coreografía eterna y que no se repetía.
En un súbito segundo todo desapareció. Eso es todo lo que recuerdo de esa noche.
CUATRO
Desperté y sentí lo mismo que sentí la mañana anterior. Otra vez me costo pararme e identificar donde me encontraba. Pero finalmente lo hice y no me encontraba en ningún lugar familiar. El verlo todo todo tiene un precio.
UNO
Ella estaba por besarme, su boca se acercaba a la mía. Desperté. Me encontraba en el Jardín Botánico de la Ciudad de Buenos Aires. Era de noche y me había quedado dormido después de un día no tan agotador como otros. Solía ir por ese barrio para estudiar o bien para distenderme, no se por qué encontraba en ese lugar cierta paz que no podía encontrar en mi casa. Por eso haga frío o calor, iba al Jardín o bien a la plaza Las Heras para poder concentrarme.
El frío típico de las noches de Mayo no se presentó esa noche, a pesar de haber sido una tarde bastante fría. De todos modos estaba lo suficientemente abrigado. Me asusté un poco al encontrarme tan solo en ese lugar (no es nada lindo estar solo en una especie de bosque en medio de la noche), por lo tanto procuré buscar la salida rápidamente y huir de una sensación extraña que empezaba a atacarme. Comencé a buscar un guardia camino a la puerta, porque sabía que a esas horas el jardín ya se encontraba cerrado e iba a necesitar que alguien me abriese.
Todo se presentaba de una forma totalmente diferente a como era durante el día. Los árboles habían abandonado esa apariencia e imagen de vida que me inspiraban durante las mañanas o las tardes. Ahora todo era mucho más oscuro, más triste. No me asustaba la imagen, sino la impresión de un lugar abandonado pero que no lo estaba del todo, alguien todavía se encontraba en este lugar tan común para mí y no podía identificar que era eso.
Todo estaba tan quieto y tenía la impresión de que el tiempo se había detenido, no se escuchaban ruidos de las calles aledañas, y mucho menos parecía acercarse la aparición de un efectivo de seguridad por ese lugar. Miré a mi alrededor y me di cuenta que no conocía esa zona del Botánico, o bien no la reconocía por encontrarme allí de noche. Seguí por ese camino para ver si encontraba una salida o un camino ya recorrido.
Al doblar en una curva vi algo moverse detrás de un grupo de araucarias (no había podido reconocer nada, pero supe identificar las araucarias). La angustia crecía en mi cuerpo junto con el deseo de encontrar a alguien que me guiase hacia la salida y me lleve rápidamente hacia allí. Aceleré mi paso, convirtiéndome en una masa torpe en busca de ayuda, cuando di la vuelta, tropecé con una rama o una piedra y al golpear mi cabeza contra el piso me desmayé
DOS
Cuando recuperé la conciencia ya no me encontraba en el Botánico. Estaba recostado en una cama y mi vista estaba un poco nublada. Me costó mucho sentarme y ponerme de pie, tardé unos 5 minutos en juntar las fuerzas para despegar mi cabeza de la almohada. Cuando pude hacerlo, había recobrado la visión completamente y pude darme cuenta que me encontraba en mi casa, más precisamente en mi habitación, y aún mas extraño, en mi cama.
La base de mi colchón tenia unos rastros de tierra seca y todavía tenía puesta la ropa del día anterior (si es que sólo había pasado una noche), así pude confirmar que no acababa de tener un sueño, que efectivamente había estado en el Jardín. Me encontraba solo en mi casa y no pude preguntarle a nadie cómo había llegado a allí. No me animaba a preguntar a vecinos o al portero si sabían de qué manera había arribado al lugar por miedo a que crean que estaba loco. Si no recibía una respuesta, rápidamente lo estaría. Decidí que lo iba a averiguar por mí mismo.
Partí esa misma tarde hacia el lugar donde me había desmayado la noche anterior. Ingresé y me escondí entre unos arbustos unos minutos antes de la hora del cierre. Tal vez tendría que esperar bastante tiempo, pero nada me iba a detener. Tenía que averiguar sí o sí qué era lo que estaba ocurriendo en ese lugar.
Un par de horas después, el sueño y el aburrimiento comenzaron a apoderarse de mí. No había previsto que probablemente iba a tener que esperar un largo rato hasta estar seguro de que nadie se encontraba alrededor, y de que cualquier cosa podía ocurrir. Me costó mucho pero pude soportar la nada, pero nada era en vano.
Nadie se encontraba cerca, nadie me había visto entrar, ni muchos menos esconderme entre las ramas de una planta extraña. Esperé el momento exacto para salir de mi escondite con ansias y poder así buscar con intensidad algo interesante para satisfacer mis dudas.
Cuando lo consideré posible, poco a poco, fui abandonando mi guarida y poniéndome de pie. Todo coincidía con la noche anterior; el mismo aire quieto, la misma sensación de tiempo detenido. Presentía que algo estaba por ocurrir.