El teléfono sonó en el momento exacto en que el deseo de un llamado no podría haber sido mayor. El silencio que ocupaba el cuarto de Ana se rompió de repente, como si fuese una ramita demasiado frágil que inútilmente soportaba el temporal. Ansiosa por abandonar de alguna manera la soledad que sentía, corrió hacia el comedor, se acercó al teléfono y atendió.
- Hola...
- Perdón, equivocado.